Un rugbier en Malvinas: La historia de Fernando Lallana

Por Juan Ignacio Massano

 

Es raro encontrar a Fernando Lallana un 2 de abril en su casa. Por lo general, para esta fecha Fernando está en Buenos Aires, junto a un grupo de compañeros de trabajo también ex combatientes, que viajan cada año para el acto. Esta vez, por la cuarentena a la que nos tiene obligados la pandemia del Coronavirus, no fue así. De todos modos, Fer está contento, se muestra optimista “Me siento agradecido por lo que me toca vivir, porque más allá de estar encerrados tengo la suerte de estar con mis hijos adolescentes a quienes veo muy poco”.

 

Esos primeros segundos de charla que mantuvimos por teléfono, dibujaron un perfil completo de Fernando que marcaría su historia y el relato de supervivencia a la que se tuvo que someter en la Guerra de Malvinas hace ya 38 años. Fer es una persona optimista, capaz de ver en una cuarentena, o una guerra, algún aspecto positivo del cual agarrarse para pasar el mal rato. Según él, desde que volvió de Malvinas, es una de esas personas que siempre ve el vaso medio lleno, y no el medio vacío. Eso lo mantuvo vivo en aquel abril/mayo de 1982 y en los años venideros que, para muchos ex combatientes, no fueron nada fáciles. Sobrevivir a una guerra va mucho más allá de volver vivo, y eso los argentinos lo sabemos. Fernando también. 

 

Antes de la guerra, hubo un Fernando como cualquiera de sus compañeros de la camada 63´ del Tala Rugby Club. Un alumno del colegio La Salle que proyectaba comenzar a estudiar en la Facultad de Ciencias Económicas cuando el servicio militar obligatorio se le cruzó en el camino. “No sabía que estaba ante un sello de por vida, que mi vida iba a cambiar ante esa situación”. 

 

“La familia y el rugby fueron dos cosas que me ayudaron muchísimo a mi a forjar lo que finalmente fui en la guerra, o lo que soy hoy en la vida”

 

Ya en el contexto del servicio militar, incluso sin saber lo que venía, Fernando contó con una herramienta fundamental que sirvió para sortear con mayor holgura la experiencia en el ejército: el rugby. En aquella época, los suboficiales a cargo de los chicos que hacían el servicio, les hacían un “baile” que lejos estaba de ser algo lúdico o divertido. “En el baile te agarraba un suboficial medio embroncado con la vida y te tenía dos horas dando vueltas alrededor haciendo cuerpo a tierra” recuerda Fer. “Los militares te lo hacían para verduguearte”. 

 

La costumbre del rugby y del entrenamiento ayudó a que esa situación se hiciese más amena “En el caso mío, cada vez que nos ponían ‘a bailar’, en ese momento mi cabeza decía ‘a entrenar’ (…) Eran épocas del Tala… Para que te hagas una idea: Habíamos ido a entrenar un 3 de febrero, hacía mucho calor. Agarramos una cubierta y salimos a correr desde el club hasta el colegio La Salle ida y vuelta. Salimos a correr 35 y volvimos 7

 

“Cuando uno tiene una edad de 18 años las aventuras te atrapan, te gustan. Yo aprendí mucho por haber sido jugador de rugby. En el Tala no le tenía miedo a nada. Al haber sido jugador de rugby, me dio mucha fortaleza interior. Sentí como que estaba preparado. De hecho, siempre lo digo, la familia y el rugby fueron dos cosas que me ayudaron muchísimo a mi a forjar lo que finalmente fui en la guerra, o lo que soy hoy en la vida”

 

La charla duró poco más de una hora y media y casi no tuvo preguntas. Fernando Lallana nunca le escapó a lo que vivió en Malvinas y a conversar sobre aquello. Puede charlar horas sobre lo vivido, contar anécdotas, emocionarse. Es muy gráfico y reflexivo para relatar la cautivante historia un ex combatiente. 

 

El servicio lo hizo en Comodoro Rivadavia. Allí estuvo en la parte de servicios, como escribiente. Le dieron ese rol porque ya había terminado el secundario y a criterio de los militares “estaba más instruido”. Un día, mientras trabajaba en los rótulos del armamento, comenzaron a sonar tambores en la cuadra del cuartel.  “Nadie entendía nada. Era el tambor de alistamiento”. Les dieron casco, caramañola, uniforme “Dormimos vestidos y alistados unos 3 o 4 días hasta que el 2 de abril nos enteramos que se había tomado Malvinas…” luego comenzaron a llevarse gente. A Fernando le tocó partir el 5 de abril. 

 

El regreso a Malvinas que cambió la forma de ver su experiencia

 

A fines del año 2017, en un grupo de whatsapp de ex combatientes, comienza a tomar fuerza una idea que hasta entonces no había pasado por la cabeza de Fernando: volver a las islas. Para Fer, Malvinas no era ningún tabú, pero tampoco sentía la necesidad de volver como otros compañeros. Sin embargo, un poco empujado por su esposa, decidió ir. “De golpe, en un abrir y cerrar de ojos, estaba el 13 de abril subido a un avión yéndome a Malvinas”

 

Fue algo muy loco, porque en ese viaje pude entender un montón de cosas que no pensé que me iba a encontrar. Fui un tipo afortunado dentro de la guerra. Fueron varias cositas que me pasaron en el viaje” 

 

Estando en Río Gallegos, donde el grupo de ex combatientes se tuvo que quedar tres días porque en Malvinas no se podía aterrizar, aprovecharon para conocer el museo de Malvinas de esa ciudad. Allí, a partir de un documento histórico, Fer conoció algo que hasta ese momento no sabía “Los militares creían que los ingleses iban a hacer cabeza de playa en la Isla Gran Malvina, no en la Isla Soledad que era donde estaba Puerto Argentino. En ese momento me doy cuenta que a mi me tocó ir a Gran Malvina” es decir, a Fernando lo habían enviado al lugar donde esperaban recibir a los ingleses, y donde estaría el primer frente de choque cuerpo a cuerpo. Pero finalmente no fue así, y las fuerzas británicas entraron a la isla por otro lado.

 

Más adelante, en el mismo viaje, Fernando se enteró a que se debió su suerte “Hubo un desentendimiento entre las fuerzas armadas argentinas y en un momento no hubo nadie en Bahía San Carlos. Esto llegó a oído de los ingleses, que aprovecharon esa situación y se mandaron por ahí. Por eso todo pasó en la Isla Soledad, y no en Gran Malvina donde estaba yo” 

 

El final de la guerra y el reencuentro

 

Cuando se terminó la guerra estábamos felices. Ya estábamos cansados de estar ahí. No comíamos bien, teníamos hambre, teníamos frio, no podíamos bañarnos. Ya no había la comida que había al principio. Lo único que comíamos era un trozo de cordero a la media mañana y un trozo de cordero a la media tarde y nada más. 

 

¿Notaban mucho la diferencia con los ingleses? 

 

Notábamos una cierta diferencia con los ingleses. Pero no tanto. Después sí. Cuando nos rendimos y nos tomaron de prisioneros hablamos con un inglés. Ahí pudimos averiguar que ellos tenían todos chalecos térmicos, su fusil pesaba 900 gramos, cuando el nuestro pesaba 3 kilos. Todos tenían un telescopio con mira infrarroja, nosotros teníamos solo tres de esos en un regimiento. Nos llevaron de Bahía Fox a Puerto Argentino en una fragata y luego en otro barco, el Norland, hacia Argentina. Nos trataron de primera, se daban cuenta que eramos soldados que en realidad eran civiles que estaban haciendo un servicio militar. No éramos militares. Nosotros teníamos de 18 a 20 años. Ellos tenían 25 o 26. 

 

¿Cuándo te diste cuenta que era un locura que hayamos intentado enfrentar a una potencia mundial como Inglaterra?

 

Nos dimos cuenta que era una locura enfrentarse a Inglaterra estando de vuelta acá, pasando los años. En ese momento no me pareció una locura. De todos modos, en este viaje que hice ahora me di cuenta que nosotros no estábamos tan lejos de ganar la guerra, dicho por los mismos ingleses. Pero por los huevos que le pusimos. Un kelper de ahí  nos dijo “es increíble cómo soportaron el clima los soldados argentinos”. Había correntinos, chaqueños, ellos no estaban acostumbrados a ese clima. 

 

La vuelta de Malvinas no fue corta tampoco. Primero los mantuvieron aislados casi un mes en Comodoro Rivadavia. “Según decían estabamos flacos y nos querían dar de comer y recuperar físicamente”. Pero su papá, Manuel Carlos, no aguantó y se tomó un avión a Comodoro. Allí, con la ayuda de un conocido logró entrar al cuartel y ver otra vez a su hijo, al que había visto por última vez el 31 de enero. 

 

“Al principio me avisaron que mi papá estaba en la puerta y me dejaron mandarle un mensaje en un papel que se lo llevaron hasta allá. Luego me quedé leyendo una carta, y en eso veo que entra una camioneta Bronco negra, con un suboficial al lado que los escoltaba y adentro mi viejo mirando para todos lados, buscando donde estaba yo. No sabés lo que fue ese encuentro”. De pronto, la seguridad con la que hablamos por casi una hora y media, se desvanece un poco. Fernando se suelta a la emoción incontenible de un recuerdo que lo marcó para siempre, y suelta algunas lágrimas “A mi viejo no lo vi nunca llorar, te juro que… Me emociono. Nos abrazamos… Mi viejo me dijo ‘tenés ropa para salir?’ ‘Es que no nos dejan’ le dije yo. ‘No, buscate ropa para salir y a las 19hs te venimos a buscar. Vamos a ir a cenar afuera y después vas a dormir conmigo en un hotel y mañana a las 6 de la mañana te traigo de vuelta” 

 

Esa noche no le quedaron lágrimas para gastar a Fernando, luego de conversar también con su madre por teléfono. El 9 de julio, finalmente, Fer volvió por fín a casa. Toda su familia estaba esperándolo al costado del colectivo. “En los días siguientes tenía gente todo el tiempo en casa. Un día toda la división se juntó y me fue a ver”

 

Es imposible pretender escapar de una vivencia como lo fue la guerra como si no hubiese sucedido. Fernando nunca intentó enterrar el pasado. Como siempre, aprovechó cada oportunidad que tuvo para salir de las difíciles, como lo hizo con la cuarentena para pasar tiempo con su familia, o como lo hizo con el rugby, para superar las dificultades del “mundo militar”.

 

Del Tala hoy le quedan los amigos, una hija que jugó allí hasta el año pasado, le queda ser hincha, ir a ver la primera, y entender al rugby como una herramienta que lo ayudó a sacar adelante una situación complicado.

 

De la guerra también le quedan muchas cosas. El aprendizaje, ante semejante acontecimiento, es grande. Y Fernando lo pudo capitalizar en algo bueno. “Malvinas me dejó ser un agradecido en mi vida. Cada vez que me meto más en el tema, haber estado allá me ha hecho entender lo afortunado que soy. Me casé, tengo dos hijos, una hermosa familia, vivo bien. Soy un tipo que… vivo dando gracias, soy un afortunado”

02/04/20

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